Había nacido el baloncesto, el único deporte que puede presumir de ser (por la paternidad de su inventor, por su origen y desarrollo, por su concepción y formación) genuinamente americano, y hay que reconocer que es justa correspondencia a su nacimiento y al medio en que creció, e incluso a la época en que comenzó a extenderse –principios de siglo en la exultante América-, pronto desbordó las previsiones del profesor James Naismith, los límites del Springfield College de Massachusetts y la zona de influencia de la Young Men’s Christian Association (YMCA). Las 13 reglas iniciales del juego y su implícito sentido del fair play se vieron en seguida en peligro por la popularidad que alcanzó rápidamente el baloncesto y la pasión que despertó entre sus seguidores.
Si el fútbol tradicional inglés, nacido-reglamentadamente- en 1823 y extendido con fuerza arrolladora por todo el mundo desde comienzos del siglo xx, no tuvo vallas protectoras entre los espectadores y los jugadores hasta los años sesenta, el baloncesto necesitó esas vallas casi, casi, en sus orígenes, a los pocos años de su nacimiento. En un principio los equipos jugaban donde podían, puesto que no había campos específicos de basket. El legendario entrenador del Kansas, Phog Allen, confesó haber disputado su primer encuentro en una cuadra de caballos. Pero como es un juego que despierta emociones, prende pronto y profundamente entre los aficionados y provoca, incluso, inmediatamente el fanatismo de los hinchas, que en aquellos tiempos (e incluso hoy) se encuentran en las canchas muy cerca de los jugadores, muchos fans se convirtieron por aquellos años del incipiente basket USA en el primer problema serio de este deporte.
Para proteger a los jugadores y a los árbitro las canchas fueron pronto cerradas totalmente con alambradas de gallineros, convirtiéndose así, prácticamente, en auténtica jaula (cages), y haciendo surgir el término cagers que hoy todavía es usado ocasionalmente entre los jugadores.
Aunque dichas alambradas no impedían, a veces, que los jugadores se vieran materialmente atrapados por los forofos desde el otro lado de la valla. Y en algunas ciudades de la zona minera de Penssylvania muchos baloncestistas visitantes y más de un árbitro se veían sorprendidos, a la hora de lanzar los tiros libres, por los # CLAVOS INFERNALES # que les arrojaban los aficionados locales... Eran mineros que acudían al partido con sus lámparas de carburo: calentaban los clavos cuanto podían y se los arrojaban a los contrarios. El fair play que había guiado siempre al doctor Naismith quedaba ya muy lejos a la hora de la verdad, del vencer o perder en algunas localidades. Y en esas condiciones hubo bastantes árbitros que incluso salieron a arbitrar con la pistola al cinto y que tuvieron que disparar más de un tiro al aire como medida de intimidación para librarse de las iras de los fans.
Otro problema, en principio –antes, naturalmente, de la instalación de las vallas en muchas canchas- fue el de los balones... Para evitar que los hinchas le retuviesen, a veces, más de la cuenta o se quedasen con él para impedir que continuase el juego si su equipo estaba siendo derrotado, surgió la idea de colocar tableros detrás de la canasta, que era la zona por donde más esféricos salían hacia los hinchas. Y, de paso, se impedía en parte que algunos forofos se colgasen de la canasta. En principio, dichos # tableros # fueron de madera o de malla de alambre; luego, en los años veinte, se estandarizaron ya los de madera y, de opcionales, pasaron a ser reglamentarios. El fanatismo de los hinchas obligaba a hacer cambios, y su pasión por el basket fue, en definitiva, el gran motor que movió el reglamento, variando reglas, perfeccionando el juego y transformando, en fin, la inicial lentitud en la vertiginosa velocidad que ofrece hoy este deporte; transformando, en suma, lo que en sus primeros tiempos parecía una escaramuza sobre la cancha en el juego armonioso, elegante y emocionante que hoy vemos en los pabellones de baloncesto d todo el mundo. Los jugadores fueron despojándose poco a poco de sus rodilleras y pantalones acolchados, de sus coderas y demás protecciones, que no impidieron, sin embargo, en aquellos tiempos, la lesión más frecuente: rotura de nariz. El perfeccionamiento de las reglas de juego ha sido siempre la mejor protección de los jugadores.